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CONTEXTO Y OBJETIVOS

La celebración de la JMJ en Lisboa en agosto de 2023 con la presencia del Papa Francisco es un acontecimiento eclesial que une nuestras miradas y nos invita a prepararnos a lo largo de los meses previos. Especialmente a los jóvenes; pero todos podemos crecer en esta propuesta e itinerario en el que María es nuestro modelo. “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1, 39). Se levantó y partió para servir. Antes había dado su “Sí” al plan de Dios. Disponibilidad y misión. Con esta luz, en este curso pastoral nos proponemos:

Ponernos en marcha con opciones concretas de servicio en todas nuestras comunidades.

La Iglesia entera está en proceso sinodal con las diferentes etapas que se desarrollan hasta octubre de 2023. Comunión, participación y misión, con todo lo que implican, tienen que seguir siendo las dinámicas comunes de nuestra práctica pastoral a lo largo este curso. Abiertos a la acción del Espíritu Santo para caminar juntos con toda la Iglesia. ¡CAMINEMOS JUNTOS! Nos proponemos este curso:

Participar como comunidad y como signo de fraternidad y misión en las actividades propuestas en el calendario pastoral de la Provincia.

El contexto mundial, en distintos lugares y desde distintas perspectivas plantea a la humanidad entera el desafío de la paz. “Hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia.” señala el Papa Francisco en Fratelli Tutti (n. 225). La verdad, la justicia y la misericordia son pilares de esa paz deseada (Cfr. FT, 227). Las búsquedas comunes, superar lo que nos divide, el diálogo, el perdón… son esos procesos de sanación que construyen la paz. Levantarnos y caminar juntos como artesanos de paz. Nos proponemos:

Implicarnos en los proyectos de desarrollo asignados desde la Provincia a nuestras comunidades como forma de luchar contra las desigualdades que generan tensión y violencia.

La pastoral de la Iglesia, dado que es claramente vocacional, nos anima a seguir promoviendo “comunidades vocacionales” que, basadas en la fe, la oración, la vida compartida, el trabajo en equipo, la apertura, acogida y acompañamiento, vivan en actitud de permanente renovación. El Señor nos podría decir perfectamente estas palabras: “Levántate y anda” (cf. Mc 2,1-12). Esto, sin duda, nos ayudará a anunciar a Jesucristo en todo momento y a facilitar la acción de su Espíritu, que sigue suscitando vocaciones, entre otras, a la vida consagrada agustiniana. Siguiendo el mensaje del Papa en la JMJ diocesana de 2020, transmitamos a los jóvenes: “Levántate, sueña y arriésgate” caminando de manera comprometida hacia la santidad. Nos proponemos:

Conseguir que toda nuestra acción pastoral tenga un trasfondo vocacional, que se visibilice por medio de la implicación personal y comunitaria de todos a través de una actitud de apertura, acogida y acompañamiento, especialmente a los jóvenes.

 

JUSTIFICACIÓN, FUNDAMENTACIÓN, LÍNEAS DE ACCIÓN:

  • En el amplio escenario de la evangelización nos hacemos presentes los religiosos con la aportación de nuestra diversidad de carismas, nuestra multiplicidad de presencias y estilos diferentes de vida. También los agustinos con su identidad propia basada en estos cuatro pilares: la interioridad, la comunidad, la pobreza y la eclesialidad. Asentados en estos cimientos nuestra vida debe ser un testimonio de santidad, de encarnación del espíritu de las bienaventuranzas y de servicio a la humanidad.
  • La apertura de la misión evangelizadora a todas las necesidades humanas, tanto materiales como espirituales. Es decir, el imperativo de la caridad como exigencia de la evangelización. “Lo que más oculta hoy el rostro de Dios es la profunda injusticia que reina en el mundo. Si no luchamos contra ella y no nos ponemos del lado de las víctimas, colaboramos al actual ocultamiento de Dios.
  • Una pastoral “sin Jesucristo” está llamada la esterilidad, lo mismo una pastoral que no sea donación y confesión de uno mismo. Nos dice el Papa Francisco: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». (V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida, 360). (EG, 10).
  • El evangelizador solo podrá transmitir una experiencia de Dios, si él mismo vive en su más íntima entraña esa misma experiencia.
  • Lo que llamamos transmisión de la fe no consiste en la entrega de un depósito de valores o de ideas, sino en hacer posible una experiencia. Un proceso que conduce a la acogida personal del Misterio que se aloja dentro de uno mismo, que nos habita y sostiene. Transmitir la fe es, fundamentalmente, provocar en la persona ese viaje agustiniano a la interioridad para el encuentro con el Dios que es más íntimo que la propia intimidad (Confesiones 3, 6,11).
  • Primado de Jesucristo: El cristiano, y por tanto toda comunidad cristiana, se identifica como seguidor de Jesucristo. Él es “la salvación enviada por Dios” (Comentario al Salmo 49,31) que nos revela al Padre y nos convoca a la fraternidad. “Él es la fuente de la vida: acércate, bebe y vive; es la luz: acércate, posesiónate de ella y ve. Si Él no te inunda, te secarás” (Sermón 284,1). Recuperar el lugar central de Cristo en la evangelización y en la catequesis, no es otra cosa que un retorno a la auténtica dimensión del anuncio cristiano. Hay un camino de acceso a Jesucristo: el camino del seguimiento. En palabras gráficas de san Agustín, “andar por las huellas de Cristo” (Sermón 304,3).
  • Convocados a la conversión: La rutina y el conservadurismo cerrado son un pecado personal y pastoral, porque, así como hay un “pecado social”, hay también un “pecado pastoral”. “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera que no puede dejar las cosas como están…Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un «estado permanente de misión»” (EG, 25). Este estado permanente de misión presupone un estado ininterrumpido de conversión.

    Fomentando la comunión y la comunidad: Escribe san Agustín refiriéndose a la Iglesia: “Son diversas las funciones, pero una misma la vida […] Cada uno realiza su función propia, pero todos viven la misma vida” (Sermón 267, 4). Entender la Iglesia como Pueblo de Dios implica la concepción de una Iglesia toda ella corresponsable. La fraternidad bautismal y el sacerdocio común hacen de la comunidad cristiana una escuela de condiscípulos. San Agustín decía a sus fieles: “Oigamos en común, aprendamos en común como condiscípulos en la misma escuela del único maestro Jesucristo” (Sermón Guelf. 32, 4). En la Iglesia no existe más que una misión y lo que es plural y admite diversidad de modelos son los servicios o ministerios. La teología acerca de la Iglesia que subraya el Vaticano II permite hablar de una vocación cristiana que hace de todos los bautizados testigos del Evangelio en el corazón del mundo.

    Eclesial y misionera: Evangelizar no es un acto individual o de grupos aislados, sino un “acto eclesial” (EN, 60), en el que todos estamos llamados a ser agentes de evangelización, cada uno según el don recibido (EN, 67-70). “La fuerza de la evangelización quedará muy debilitada si los que anuncian el Evangelio están divididos entre sí por tantas clases de rupturas... “ (EN, 77) Esta Iglesia –que es comunidad de amor y vida– no es para sí misma sino para el mundo; la Iglesia es cuerpo y reflejo de Cristo “luz de los pueblos” (LG, 1). Es esencialmente misionera y todos en la Iglesia participamos según nuestra vocación propia en esta misión única y universal. Sin anuncio explícito, la fe pierde dinamismo misionero y acaba desapareciendo.

    Comprometida con la justicia y la paz: Dos problemas que pueden calificarse como un azote para la sociedad actual, son la injusticia y la violencia. La falta de justicia produce el hambre, la precariedad laboral y las desigualdades sociales, la falta de paz anula el precio y la dignidad de la vida humana. Una pastoral que se desentendiera del mundo quedaría flotando sobre las realidades terrenas y sería una pastoral desencarnada, ajena a la escena del acontecer diario. La misión del cristiano en el mundo es sembrar la esperanza que no falla, construir la ciudad de Dios con la fuerza de su amor que habita en nosotros y que es la gracia del Espíritu. Sin ayuda, no podemos curar la enfermedad que nos impide ser nosotros mismos, cumplir con decisión opciones de justicia, y nos vuelve esclavos de nuestro egoísmo y de los mecanismos de un mundo inspirado por la mentira.